"Irritos, nulos, disueltos", cantaba el viento en los talas, y acompasaban el canto los boyeros con sus flautas. "Irritos, nulos, disueltos", repetían las calandrias mientras colgaban caireles de música entre las ramas. Y el clarín de los horneros campo adentro repicaba, sembrando la buena nueva entre un júbilo de alas. Y aunque era invierno en el tiempo, hasta grillos y chicharras desherrumbraban sus élitros para unirse a la cantata. Estaba de fiesta el campo y el monte lo acompañaba porque era fecha de gloria para la tierra "orientala". Y el mismo cielo, allá arriba, alternaba nubes blancas con su azul, como ofreciendo para la bandera franjas. Cuentan que aquel veinticinco fue de punta a punta un alba, pues hasta la tardecita parecía una madrugada. Todo en él era comienzo, todo en él era esperanza, y hasta el sol se detenía para ver nacer la Patria. "Irritos, nulos, disueltos" los actos que subyugaban, el viejo afán artiguista en fruto al fin se trocaba. Y por eso "írritos, nulos, disueltos", todos cantaban, hombre y ave, insecto y árbol, flor y espina, viento y agua. |
viernes, 23 de agosto de 2019
Romance del Veinticinco de Agosto. Serafín J. García
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